Hay bodas que son una fiesta, otras que son puro espectáculo… y luego están las que, como la de Azahar e Israel, se sienten de verdad.
Desde el primer momento supe que esta iba a ser una boda especial. No por grandes discursos ni por una decoración espectacular (aunque todo estaba precioso), sino por ellos. Por cómo se miraban. Por cómo se buscaban incluso cuando estaban rodeados de gente. Por cada gesto pequeño, sincero, lleno de cariño.
Una caricia en el brazo, una sonrisa que aparece sin avisar, un abrazo que se alarga más de lo normal. Lo suyo es un lenguaje sin palabras, y estar allí, cámara en mano, fue como asomarse a una historia que ya se cuenta sola.
Fue una boda íntima en lo emocional, aunque compartida con muchos. Con momentos de emoción, de alegría, de calma… pero sobre todo, con esa complicidad que los envuelve y que hace que todo cobre sentido.
Gracias, Azahar e Israel, por confiar en mí para contar este pedacito de vuestra historia. Por dejarme mirar tan de cerca lo que sois juntos.
Aquí os dejo una selección de imágenes que hablan por sí solas.








































































































